¿Miedo a volar?

Quien dijo miedo a volar?

Hace muchos años, en una etapa de mi vida profesional, me vi obligado a volar semanalmente de Madrid a Puerto Rico y viceversa, en el mismo día. Sí, ha leído bien,“en el mismo día”; claro está, que contábamos con la ventaja a nuestro favor de la diferencia horaria, pero en el billete constaba la misma fecha para ir y para volver. En aquel periodo, que no fue corto,  recuerdo que un día, cuando sobrevolábamos el Atlántico, el avión empezó a balancearse, un hecho frecuente en cualquier vuelo. A mi lado tenía una pasajera que viajaba por primera vez en avión y con los vaivenes comenzó a mostrar su nerviosismo. Cuando las turbulencias se hicieron más bruscas la señora me preguntó “¿Le importaría que cogiera su mano? Tengo miedo y esto me tranquilizará”. Y así fue. Al cabo de unos minutos las turbulencias cesaron y la mano de la pasajera volvió a su regazo pero, desde ese momento y hasta que el avión aterrizó se estableció entre los dos una química: la del pasajero experimentado que intenta convencer al pasajero novato de lo seguro que es el avión a fin de tranquilizarle. He de confesar que me sentí muy gratificado cuando al desembarcar en el aeropuerto de San Juan y despedirnos, ella me dijo: “Muchas gracias por todo lo que me ha contado, lo tendré muy presente; por cierto, ¿por qué no escribe todo lo que me ha dicho en un libro? Seguro que mucha gente como yo lo compraría”

Con el paso de los años, esa propuesta fue tomando cuerpo en mi mente y empecé  a apuntar en un cuaderno ideas, comentarios, vivencias  y cuestiones relacionadas con el viaje en este medio de transporte. Me he topado con muchísima gente que tiene miedo a volar. Es más, he llegado a la conclusión de que todos tenemos miedo a volar porque ,a fin de cuentas, encontrarnos en el aire a 10.000 metros de altura en un objeto sólido y extremadamente pesado que, en el fondo, no sabemos por qué vuela, produce siempre cierto sinsabor o quizá algo de nerviosismo. Es una reacción natural, humana, de la cual no tenemos por qué avergonzarnos ni ocultarlo.

Cuando viajo, casi siempre, observo a los compañeros de vuelo que tengo a mi alrededor y encuentro en algunos conductas que delatan ese innato nerviosismo: la lectura de un periódico o libro, que no siempre está al derecho, la charla compulsiva con el compañero de viaje, la postura rígida con los ojos entornados, como ausente de todo y otro sinfín de comportamientos y actitudes que nos revelan que algo sentimos y no confesamos: el conocido “miedo a volar”.

Hay en el mercado decenas de libros con consejos para los que se muestran reacios a “viajar por el aire”. La conducta humana es impredecible y con los años me he dado cuenta de que no todos somos iguales a la hora de montarnos en un avión. Pasajero se nace pero también se hace, como todo en esta vida, y los que en algún momento hemos ignorado el miedo a volar, con el tiempo hemos tenido que aceptar su existencia. Yo, con la mejor voluntad del mundo, me he propuesto ayudar a los demás en la medida de mis posibilidades que se basan en mis experiencias personales y en mis conocimientos sobre ese temor tan infundado que asalta a tanto pasajero que se sube a un avión. Mi ayuda, sobre todo, se basa en la información. Por experiencia, he llegado al firme convencimiento de que, en muchas ocasiones, la “agorafobia”, nombre con el que se conoce entre los expertos en el tema, es producto de falta de información o desconocimiento de cómo funcionan los aviones así como de la preparación de las personas que nos transportan y atienden durante nuestra aventura aérea.

Por ello, en las páginas que siguen a estas líneas, intentaré ofrecer toda la información que he ido acumulando a lo largo de mis años de pasajero, no sin cierto humor porque información y humor son dos de las claves  para  desdramatizar el viaje en las alturas y “tomar confianza” con todo lo que rodea al mundo de la aviación comercial y a los que la integran. En este sentido, algunos de los veinte capítulos que componen este libro, están escritos para hacerle sonreír y que si lo lee durante el vuelo o en cualquier otro momento, pueda relajarse y esbozar una sonrisa olvidándose de su aprensión por unos minutos. No sé si lo habré conseguido pero, créanme, he intentado hacerlo lo mejor que he sabido. Espero que la  lectura de este  modesto libro le resulte muy útil, no solamente porque lo diga yo, sino porque lo sea  la información contenida en él  aunque para el gusto de algunos lectores pueda resultar quizá exhaustiva.

Hay cursos, hay otros libros escritos por psiquiatras, psicólogos, por gente del mundo de la aviación, más importantes que este librito pero,  quizá por deformación profesional,  mi intención ha sido no sólo informar sino también entretener y si algo de ello he conseguido, me doy por satisfecho.

No quiero terminar estas líneas sin dejar de expresar mi gratitud a todos los que han hecho posible este trabajo que tiene usted ahora entre sus manos. En las tareas de documentación y entrevistas he contado también con la colaboración de la periodista Carmen Olóndriz, pero su labor no hubiera sido tampoco posible sin la desinteresada aportación de los entrevistados. En este aspecto tengo que reconocer que mis amigos no me han fallado. En mi dilatada vida profesional como comunicador he tenido la oportunidad de llevar a cabo cientos, miles de viajes en avión y aquí me tienen: tan campante, aguardando con ilusión, con la misma que el primer día, el próximo vuelo porque volar, no nos engañemos, es ilusión. Volar significa deseos de vivir, de descubrir el mundo, de conocer nuevas gentes… por favor, deme la mano y subamos juntos al avión. Yo les cuento.

 José María Iñigo

 

 

 

 

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