Nuestros lectores viajeros

Cinco semanas de peregrinaje por Colombia. (Montserrat de la Cruz)

“Caminé por ese hermoso país, lleno de contrastes de toda índole, vigilando-me y venciendo los prejuicios que, inconscientemente, se habían ido asentando en mi memoria durante años, al escuchar las terribles noticias que desde allí llegaban a través de los medios. Compruebo, sin miedo pero con “mucho”  sentido común, que, como en cualquier otra parte, la gente es amable y los peligros… los de siempre. Los prejuicios se van, pero continúo vigilando-me… Desde el alto y frío Bogotá me dirigí hacia el noroeste, al templado Medellín de Botero. De allí, en autobús nocturno, a la sofocante y colonial Cartagena de Indias. Llegué a Barranquilla por la costa y, a través de sus ciénagas, arribé y descansé unos días en Santa Marta (la que tiene tren ¿recordáis? pero no tiene tranvía…). Continúo a Taganga, y después al Parque Tayrona, donde me quedé a dormir en hamaca bajo dos palmeras, en la selva; descansé algo antes de continuar a pie por el durísimo trayecto que conduce hasta sus paradisíacas playas tropicales, de postal.

Siguiente destino: Bosconia (ya encaminando mis pasos hacia el sur). Sigo a Valledupar, cuna del vallenato, y días después cruzo, en terroríficas condiciones, el caudaloso río Magdalena, esencia de la vida del lugar según nos describe Gabriel García Márquez en “El General y su Laberinto” y que pude comprobar en toda su dimensión. Llego, finalmente y no sin pocas vicisitudes y sobresaltos, a la “isla fluvial” de Mompox, Ciudad Patrimonio de la Humanidad por  la UNESCO. Después de unos días entre sus gentes y sus aguas, continúo mi camino hacia el sur entre las imponentes montañas de Los Andes: Bucaramanga, Tunja, Villa de Leyva y Zipaguirá, con su sorprendente Catedral de Sal. Ya en Bogota de nuevo, decido bajar hasta Ibagué, donde me reencontré con el viejo conocido río Magdalena, y descansé en las faldas de los volcanes Nevado de Tolima y Nevado del Ruiz. Contrastes en los climas; contrastes en las alturas; contrastes en los paisajes; contrastes en sus gentes…

Y, como casi siempre, viajando sola. Me encanta. En transporte público y «hostels», compartiendo, o no, con otros viajeros: compartiendo si parar (o no…), si seguir (o no…),  si hablar (o no…)

Es, en realidad, un viaje a través de mí misma, dejando que los lugares pasen por mí. Una más de todas las maravillosas experiencias que atesoro, oportunidades únicas que siempre me brinda lo que yo llamo «peregrinar».”

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