“Cuando preparas un viaje, intentas buscar toda la información posible sobre el destino elegido: guías de viaje, foros, chats y hasta alguna viajera incisiva, entre las que me encuentro, llegan a llamar a la embajada en España de ESTAMBUL, para no dejar al azar ningún detalle de esta aventura.
Pero algo sobrecogedor tiene este enigmático lugar donde contrasta una vitalidad que bulle por cada recoveco de su laberíntica fisonomía, con una calma, que es más bien “esa” paz que te invita a encontrarte únicamente contigo mismo.
Estambul, la ciudad de las mil y una noches, de pasiones turcas, y de otras historias que allí conocí, no sólo emociona por lo que transmite, sino por lo que te hace sentir con el amplio abanico de colores que se suceden desde que amanece, tímida paleta de tonalidad ocre que asoman por el Bósforo.
Sin duda, la mejor bienvenida a un nuevo día, brillando con todo el esplendor en su exacto meridiano, y que languidece con atardeceres, en los que resalta con majestuoso protagonismo la singular orografía salpicada de mezquitas.
Y en medio de este espectáculo me encuentro, humilde ante la grandiosidad del paisaje que aparece ante mí al salir de una de las estancias del Palacio de Topkapi. Es entonces cuando me doy cuenta de que las ciudades no hay que conocerlas, hay que sentirlas.”
