Mesa para dos

La chaqueta que voló

 14.15 horas. Madrid. Centro financiero Azka. Bajo en el ascensor con  Jesús -un compañero de oficina- rodeado de –posiblemente- las sonrisas mejor fingidas de Azca, las de los banqueros  con esos ojos brillantes como el oro.
Salimos, día soleado, precioso, no nos ha ido mal en la mañana. Hemos avanzado en varios proyectos con buena pinta. Decidimos ir a un restaurante cercano que siempre emana simpatía asiática, llena de buen rollo y mejores rollitos. Nos sentamos y coloco mi chaqueta en el respaldo de la silla encajándola como si fuera una percha. Palpo mi Iphone y mi Bberry para comprobar que no vibran y que puedo mirar la carta mientras mi compañero se ausenta unos minutos.
Cuando regresa nos refrescamos con dos cervezas en vasos helados y hablamos de lo bueno de la vida. Acabamos, pedimos la cuenta y me levanto. Observo que mi americana de traje –comprado el mes pasado- no esta en mi silla. Vuelvo a mirar la silla con incredulidad y con la ingenuidad de quién piensa “esto es imposible” Se producen entonces los “momentos Kodak” que nunca has deseado. Hablo con la Directora del local, una china-japonesa que propaga la noticia a su equipo en varios idiomas, todos ininteligibles. Miro alrededor –unas 150 personas- y las veo a todas en gris, ni tan siquiera en blanco y negro, adivino caras de sorpresa.

En paralelo las pulsaciones suben, te tocas los bolsillos del pantalón pensando que la cartera esta junto a tu pierna, pero no está y, a más velocidad las neuronas del hemisferio izquierdo procesan los datos de que era lo que tenías en la chaqueta, visualizas cómo estarán sacando el dinero en el cajero de al lado porque tu código es tan sencillo que lo habrán deducido al ver la fecha de tu nacimiento. Vuelves a mirar a la china que tiene la mirada perdida y se ha encogido unos centímetros con esa expresión de “yo no sé nada”. Viajas en el tiempo y recuerdas que tu madre te decía de pequeño “vigila la maleta y tus cosas cuando estés en sitios con mucha gente”…te sigues martirizando por no haber estado atento y al mismo tiempo recibes la factura, no das crédito…¡nos van a cobrar donde nos han robado!

 Ya no te mueves, estas clavado en el suelo junto a la silla. Mi compañero paga. Salimos del restaurante, el sol ya no es el mismo, la simpatía asiática no te parece tal, los sabores del helado han desaparecido, el paladar está seco y miras a lo Harrison Ford buscando un tipo con tu americana que nunca vas a encontrar. Desde la oficina todos los compañeros ayudan y se solidarizan, anulas tarjetas descubriendo que ya han intentado sacar dinero y no lo han conseguido. ¡Son muy torpes!

La policía te hace un amable interrogatorio en el que dudas de tu frágil memoria. Dos horas más tarde te relajas, piensas –solo unos segundos- en la familia del ladrón/a y te prometes que en el nuevo Iphone pondrás el programa de rastreo. Regresas a casa en camisa y sin corbata, más fresco de lo normal, más vacío. Tú mujer comprensiva te dice lo siento y añade con cierta sorna “Pavo, que eres un pavo”.

Cena ligera, sueño ligero, vuelta al nuevo día, los niños empiezan el colegio, compro el Expansión y leo las medidas para salir de la crisis… ¡Soy otro!

…sin teléfonos móviles durante varios días.

Piensas en otros momentos Kodak más agradables y decides recomendar a todos los familiares y amigos “Máxima Precaución” en lugares de pública concurrencia –que dicen los especialistas- ¿El nombre del restaurante?…no importa, puede suceder en cualquiera.

Javier González

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