Reportajes

MASAI, mito y leyenda de África

Surgen en la inmensidad de la sabana y su esbelta e inconfundible figura se recorta en el que, sin duda alguna, es uno de los más maravillosos paisajes africanos, entre Kenya y Tanzania (la antigua Tanganyka). Son altivos, orgullosos, caminan con peculiar arrogancia y sin vacilar, visten ropas de llamativos colores y se adornan con collares y pinturas en el rostro y aún hoy, muchos años después de que estos agresivos y temidos guerreros se convirtieran en un pueblo de pastores nómadas, su aspecto sigue causando un profundo respeto.

Son los masai, “el pueblo elegido por Dios”, según manifiestan ellos mismos, auténtico mito y leyenda del continente negro.

De origen nilo-camítico, se les asocia con tribus que procedentes del viejo Egipto hace siglos invadieron el Sudán para posteriormente penetrar a través de la altiplanicie del Rift Walley, desde Turkana y en dirección hacia el sur, hasta los lagos Victoria y Tanganyka. El pueblo masai ha venido tratando de eludir las presiones del mundo externo, los depredadores de la era moderna, y se desenvuelve fiel a sus tradiciones y principios, defendiendo con orgullo su entorno cada vez más asediado y reducido. Antes de que los británicos ocuparan Kenya, en los comienzos del siglo XX, vagaban libremente en pos de los pastizales, pero la creación de fronteras y de límites territoriales impuestos forzó un cambio en su estilo de vida.

Componen una etnia muy especial y en nada similar a las del resto del continente y de inmediato impactan en el viajero que se aproxima hasta estos rincones inhóspitos del África oriental. Con el tiempo quedaron subdivididos en otros grupos como los keekonyokie, kisongo, wanderobo y los ilkuwono. Algunos como los samburu tienen unas determinadas peculiaridades que les distinguen del resto de los masai.

Para quienes, como en el caso del científico o el periodista, por citar unos ejemplos, tienen la oportunidad de conocerles mejor, saber de sus costumbres y formas de vida, ritos, etc… resulta en verdad una experiencia inolvidable.

A lo largo de las últimas décadas ha proliferado la presencia de los blancos en aquellas tierras. Exploradores, etnólogos, aventureros… y posteriormente un alud de turistas, han vulnerado constantemente la primitiva intimidad de los masai, quienes ya se han habituado a ello, incluso es más, tratan de ignorarlo y siguen mostrándose reacios en su mayoría al contacto con extraños y curiosos. En ocasiones acceden a ser fotografiados o vender los collares que elaboran a cambio de algún dinero, pero si por el contrario, algún atrevido pretende sorprenderles, la disputa puede llegar a tener límites insospechados.

 UN MARCADO ESPÍRITU GUERRERO

Aunque ya no se produzcan luchas entre tribus, otrora algo frecuente en esta parte del África oriental, los jóvenes masai siguen manifestándose como guerreros porque en ello encuentran una motivación, una razón de ser dentro de su estructura político-social y algo que les recuerda de forma permanente la supremacía absoluta que antaño ejercían sobre los demás pueblos a los que tenían atemorizados, no en balde mataban a sus enemigos, robaban su ganado y se llevaban a sus mujeres.

En la actualidad y en el interior de las manyatta o poblados, siguen celebrando ritos y ceremonias en las que todos participan y al son de cánticos y tambores danzan de forma vertiginosa, ejecutan rítmicos y vigorosos saltos y producen fuertes sonidos guturales, estallando en un frenético paroxismo. Una fuerte carga emotiva acompaña siempre sus danzas. No pueden, ni lo pretenden tampoco, evitar su marcado espíritu guerrero.

Los guerreros masai están siempre orgullosos de sus armas, las cuales cuidan con esmero. Su elemento de ataque por excelencia es la empere o lanza, de la que existen diferentes tipos, sin olvidar la olalem o espada corta y diversas mazas.

El elogo es su escudo, hecho de piel de búfalo y decorado de colores rojo, blanco o negro. Los motivos ornamentales indican el grupo de pertenencia y las hazañas del propio guerrero.

Habitualmente, un joven masai, alto, bello, orgulloso, el jefe del grupo, lanza un grito de llamada y, de repente, los demás acuden, se colocan en círculo e inician una danza frenética, con la que refrendan su destreza personal y su poder.

En los momentos de pausa o descanso, los moran o guerreros practican el juego africano del bao al que ellos también denominan engeshui.

Por lo general, cuidan en extremo su belleza personal de la cual están convencidos, dejándose crecer los cabellos para después hacerse trencillas y éstas empastarlas con grasa y arcilla. Se colocan infinidad de ornamentos como adornos en orejas, cabeza y brazos y untan todo su cuerpo con una pasta que ellos mismos elaboran para protegerse del calor y de las fuertes picaduras de los insectos, además de arroparse (en según que tipo de ceremonias) con vistosas capas hechas de plumas de avestruz o pieles de león o leopardo.

Todos estos complementos multicolores realzan, que duda cabe, su estilizada figura (labios prominentes, excelente dentadura y una seriedad en el gesto que les resulta habitual) con la finalidad de llamar la atención de las jóvenes muchachas de su poblado y antaño, en épocas de lucha, para tratar de atemorizar a sus enemigos. Siempre envueltos en un cierto misterio, ellos mismos alimentan su propia mitología.

Los masai no beben ningún tipo de alcohol, sólo una especie de vino de pésimo sabor, tienen prohibido el aspirar tabaco y, por el contrario, disponen de amplia libertad por lo que a su actividad sexual hace referencia.

Basan sus dotes en la sabiduría y la agilidad, tratando de mostrarse siempre seguros de sí mismos ya que para ellos el temor no existe.

 EL GANADO ES SU RIQUEZA

Mweia, el gran laibon o profeta, en lo alto de las colinas de Ngong, fue quien les dio a conocer a Enkai o Ngai, esposo de la luna, el dios que se halla en el nevado Kilimanjaro.

Para ellos, cultivar la tierra es pecado y sólo pueden alimentarse del ganado, su mayor riqueza ya que de él obtienen sus alimentos básicos: leche, carne y

sangre. Tal es la preocupación por sus animales que, cuando se encuentran individuos de diferentes poblados, sobre ellos gira siempre el principal tema de conversación.

El ganado bovino de los masai es un cruce entre el cebú y el clásico buey conocido en las regiones del norte de África.

La leche (kule) es el más importante de sus alimentos. Nunca se toma junto con la carne, ésta sólo consumida en muy especiales circunstancias y siendo los moran o guerreros quienes mayormente la comen, teniendo también un significado singular y simbólico en determinados ritos, al ser derramada sobre la cabeza de quienes participan.

La sangre o bien osarge en su dialecto, es el segundo alimento en importancia y la extraen, por lo general, de la vena yugular de los animales, tras recibir éstos el impacto de una flecha o lanza a corta distancia, recogiéndola posteriormente en recipientes o calabazas. Al finalizar la operación cubren con estiércol la herida del animal para evitar una hemorragia.

Los masai adoran a su ganado y es para ellos también una fuente de riqueza desde el punto de vista de su posición social. De la cantidad y calidad de sus rebaños depende asimismo el número de mujeres que pueden llegar a poseer. Una mujer cuesta alrededor de tres o cuatro vacas, dos o tres ovejas y quizás algún buey, depende del caso.

Las dimensiones de los cuernos de los animales son el símbolo de su calidad, los mejores dotados se reservan para producir leche y el resto debe guardarse para efectuar intercambios comerciales, mientras que aquellos que se destinan a los sacrificios rituales, obedecen a criterios muy particulares, tales como el color de su piel o sus manchas. Los guerreros son los únicos que pueden comer carne de búfalo o antílope, bebiendo sangre de sus bueyes cuando están enfermos o cansados, ya que ello  les confiere un mayor vigor.

ESTRUCTURA FAMILIAR

Generalmente viven en poblados de cabañas en forma circular, haciendo una vida muy sencilla y siempre resguardándose del posible ataque de otros rivales y de animales salvajes. En sus cabañas, hechas de barro, estiércol y ramas entrelazadas, pueden vivir varias familias y a la vez los animales que procuran sus alimentos fundamentales. Aquellos individuos que son considerados guerreros, siempre permanecen vigilantes en las afueras de la manyatta, nunca en el interior, puesto que ello sería interpretado como un signo de debilidad.

Las mujeres masai trabajan en las labores domésticas, construyen y cuidan de su choza, ordeñan a los animales y prestan todo el cuidado necesario a sus hijos hasta que éstos cumplen los cinco o seis años. Durante el día, las mujeres que tienen hijos guerreros acuden donde están éstos para prepararles la comida y acompañarles. De noche, son las mujeres jóvenes las que van en su busca. Cada uno tiene sus propias admiradoras, por decirlo de alguna forma, y ellos deben causarles la mejor impresión.

Salvo casos muy especiales y como premio a su valor, los masai no pueden casarse hasta que no transcurren muchos años.

Los masai sienten gran admiración por los niños. Las madres les transportan sujetándolos a la espalda y les dan el pecho para alimentarles hasta los dos, incluso algunos hasta los tres años, siendo el calor constante y el contacto físico de la madre, el primer elemento básico para las futuras relaciones del niño con su familia y el clan al que pertenecen.

Los niños vigilan el ganado y a veces, hasta en zonas alejadas del poblado o manyatta, siendo las mujeres las encargadas de ordeñar a los animales.

Las jóvenes se rasuran la cabeza como signo de belleza y también dedican buena parte del tiempo a la minuciosa confección de collares multicolores que luego venden o cambian (son muy apreciados por los turistas y en los mercados de Nairobi y Mombasa como mercancía de cambio por otras necesidades). Éstos collares están hechos de pequeñas piedras brillantes y en forma de círculos concéntricos que pueden alcanzar notables dimensiones.

Cuando una mujer está encinta, interrumpe sus relaciones sexuales hasta que su hijo comienza a andar. El marido no puede entrar en la cabaña, ni tampoco comer en la misma, hasta pasados varios días después de nacer su hijo.

Los ancianos acostumbran a bendecir a los niños escupiéndoles en el pecho, y la forma de saludarles a aquellos que procedan de otros poblados es posando su mano sobre la cabeza del pequeño.

A los jóvenes, al llegar a la pubertad se les hace la circuncisión (uno de los momentos más importantes de su vida) y cuando entran ya en la edad en la que pueden ser nombrados moran o guerreros, pasan a estar al servicio de la comunidad a la que pertenecen, forman parte del ejército que defiende al poblado en tiempos de hostilidades y cuidan el ganado cuando reina la paz. Generalmente, cuando ello sucede abandonan el poblado, viven alejados y suelen aprender las tradiciones de su gente, el arte de la caza, danzas y cantos rituales.

En realidad, los poblados masai no tienen una organización definida, son instituciones sencillas y las mismas han sido seguidas a través de siglos y desde sus orígenes. Un grupo de poblados acostumbra a formar una localidad gobernada por un jefe y un grupo de ancianos, los llamados ol-olsho, son los que determinan las cuestiones que conciernen a varias localidades ya que a ellos se les confiere la mayor autoridad

Cuando deben tomar decisiones importantes para toda la nación masai, entonces se reúnen todos los ol-olsho en asamblea.

Al caer enfermo un anciano, si éste no tiene cura, es alejado del poblado, abandonándolo a merced de los animales salvajes. Si muere antes de ser atacado por un chacal o una hiena, su cadáver queda para ser devorado por los carroñeros.

Nunca debe morir nadie en el interior de una choza ya que ello se interpreta como un signo de mala fortuna. Sólo son enterrados los hombres poderosos de cada poblado o bien los considerados profetas, rodeándose la tumba con sus efectos personales.

Una vez muerto, un masai nunca menciona en una conversación a la persona desaparecida.

Sin lugar a dudas, las enfermedades son el gran azote de estas gentes, llegándose a producir un número elevado de muertes, no en balde sus relaciones sexuales incontroladas traen consigo abundantes infecciones de tipo venéreo. En ocasiones, suelen enfermar e incluso algunos mueren al masticar una especie de droga que proviene de la corteza del árbol de la mimosa.

Las enfermedades en los ojos (especialmente en los niños) son también muy importantes, siendo las moscas su enemigo más directo.

Muy a pesar de que el gobierno se lo tiene prohibido totalmente, cuando llegan a cumplir una determinada edad y para demostrar su valentía y coraje, los jóvenes atraviesan la sabana en busca de simba, el león, para darle caza con sus lanzas. Un rito en el que pueden encontrar la muerte o por el contrario, regresar a su poblado con la piel del rival y sus armas bañadas con la sangre del felino, lo cual les consagra definitivamente como guerreros.

Algunos escritores a través de sus narraciones de viajes y aventuras, y, por supuesto, el fantástico mundo del cine, han popularizado y mucho la vida y costumbres de los masai, un pueblo que subsiste hoy con dificultad en un mundo moderno, aunque anclado en sus orígenes.

Los masai son un pueblo muy respetado, cuya presencia siempre resulta enigmática y eso mantiene intacta su aureola. Parece poco menos que increíble que a estas alturas, en pleno siglo XXI, aún existan sobre la faz de la tierra gentes con tan marcadas características ancestrales.

 F.Rubio Milá

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