“Roma y sus calles, sus cafés, su magia descolgándose de las farolas, de las callejuelas, de sus plazas abiertas a una belleza exultante que desborda los sentidos.
Roma fue para mí, caminar la historia paso a paso, tropezar con los nombres que cabalgan en la memoria de mi infancia y adolescencia. Fue el arte y la belleza conjugados desde el suelo al cielo, en un despliegue único y seductor donde la arquitectura marcaba presencia, provocando emociones y sensaciones, en un diálogo permanente entre el hombre y su entorno.
Roma fue el hambre insaciable por ver, recordar y aprehender la historia, fue una indescriptible emoción renovada en cada plaza. Fue la belleza en su más pura expresión dibujada en cada uno de sus rincones, la música de su lengua susurrando en mis oídos, el murmullo de las voces en las fuentes, el tacto de mis manos deslizándose en las piedras y un sabor inconfundible de una noche de otoño, en un restaurante cualquiera de Piazza Navona.
Roma, cómo describir el mágico encanto entre bohemio y seductor de Piazza Spagna O el desborde emocional que me embargaba en la Capilla Sixtina? Cómo explicar la monumental escala de ese Coliseo indescriptible? Con qué palabras explico la magia inacabable de tus calles, la elegancia de tu Vía dei Condotti, tus escaparates, y el eterno deslumbramiento que provoca la irreverente belleza que emana desde lo pequeño a lo grandioso en cada uno de tus objetos…?
Diría, ya para terminar, que si alguien me pidiera una definición, de corte emocional, que sintetizara en una palabra lo que mis recorridos favoritos han dejado en mí, lo expresaría así: Austria me enamora, España me seduce, Italia me conquista.”