Editorial

¿Viajar o ser transportados?

Los seres humanos viajaron siempre, y de acá para allá, por motivos religiosos, con mención particular para las peregrinaciones y las romerías de cualquier signo y hacia cualquier lugar por muy lejano que estuviera. Las razones guerreras decidieron asimismo incontables traslaciones y marchas. La insaciable y sempiterna capacidad de aventuras obligó a muchos a dejar la placidez de su propia casa y país y a echarse a recorrer caminos de inseguridades y misterios, la mayoría de ellos aún no explorados.

De las  competiciones deportivas organizadas en algunos pueblos hay referencias aún clásicas y olímpicas con todo detalle y pundonor nacionales. Para algunos pueblos precisamente llamados nómadas, la constante marcha fue su destino.

En la misma raíz de conductas y comportamientos religiosos, con referencias  concretas y respetuosas al Cristianismo, la vida del hombre sobre la tierra fue y es comparada a la peregrinación, al viaje y hasta a la milicia. La fiesta bíblica de los Tabernáculos lo proclama con toda objetividad y cultura. Y en la actualidad se sigue viajando tanto o más que en tiempos pasados.

Las estadísticas así lo proclaman con rigor, con números, con informes y con  documentos. Y es que a todas las razones anteriormente apuntadas hay que añadirles, además y entre otras, la de haberse descubierto el viaje como una de las razones y, a la vez, manifestaciones más preclaras de pertenecer de lleno a la llamada «civilización del ocio», de la que es parte sustancial tal práctica y actividad.

Es criterio generalizado el de que el viaje que sea o esté programado hacia lugares más lejanos y exóticos, en mayor proporción será signo de pertenencia e integración a la civilización y cultura del ocio y, por supuesto, de poder económico y social.

El sorprendente desarrollo experimentado en los tiempos recientes en relación con cuanto eso puede ser turismo, junto con la relativa baratura en no pocos de los elementos y servicios, facilitan los viajes y las vacaciones de manera bien patente y  constatable. Los viajes están a la orden del día y su democratización es uno de los exponentes innegables del progreso de personas y pueblos. La actitud itinerante es título y nominación de modernidad y de rejuvenecimiento. Esto quiere decir también que, pese a determinados acontecimientos y circunstancias que en ocasiones den la impresión de limitar el flujo viajero ya establecido y hasta consagrado, tales dificultades habrán de ser esporádicas, contingentes y superables bien pronto y la gente habrá de proseguir con sus programaciones turísticas en similar, y aún en mayor proporción, que antes.

Son muchos y pingües los intereses económicos que hay en juego y, en definitiva, el dinero es lo que mueve a las personas y a los colectivos. Además que, tal y como está concebida la actividad turística en movimiento y actualización crecientes, es difícil que exista y se descubra otra similar que llegue un día a suplantarla.

Se viajó, se viaja y se seguirá viajando y en el contexto más elemental de la naciente cultura del ocio se hace imprescindible, y hasta esencial, intentar enseñarles a los usuarios a viajar como corresponde y en consonancia con los tiempos, las urgencias y las necesidades de hoy. Viajar es una cultura y lo es además, y fundamentalmente, del ocio que, en definitiva, es aspiración, anhelo, designio, esperanza y vocación suprema de la humanidad.

 Y ocurre que en esto, como en casi todo en la vida, en aquello que posee mayor importancia, a nadie o a muy pocos se les ocurrió educarnos, por lo que cada uno de los potenciales viajeros ha tenido que ejercer tal actividad sin apenas argumentos y sin ser enseñado. Algo similar acontece en relación con la felicidad, con la paternidad, con la alegría, con la muerte, con el verdadero sentido de la vida, con el dinero…

Ante tales y tan fundamentales valores los  hombres nos hemos visto constreñidos a tener que situarnos sin ayudas de ninguna clase, solos y por nuestra cuenta y riesgo. Y así, y por lo que respecta a viajar, puede ocurrir, por ejemplo, que la mayoría de las personas y en la mayoría de las veces, tengan que limitarse a ser transportadas más que a viajar. Son muchas las programaciones viajeras al uso que, más que viajar las personas, lo que pretenden es su propio transporte…

 A nadie se le oculta que una cosa es «viajar» y otra muy distinta es «ser transportado». «Viajar», -«viam agere» o «hacer camino»- apenas si tiene relación alguna con «transportar» o «llevar a alguien o algo de un lugar a otro». En la actualidad son muchos más los que son  transportados que los que realmente viajan, pese a que se emplee con tanta como idiotizada franqueza el término viajar y se aplique con prodigalidad.

 Viajar reclama altos índices y presupuestos de actividad, mientras que en el transporte todo o casi todo es básicamente pasivo.