Sólo se percibe un tenue zumbido en el interior del avión. Algunos pasajeros dormitan. Otros leen. Pronto aterrizaremos. Minutos antes, los altavoces nos han ordenado abrocharnos los cinturones de seguridad. El avión pierde altura. Diviso una casa perdida en el campo. ¿Algún día conoceré a sus moradores? No lo creo. Demasiadas cosas estúpidas, banales y superfluas inundan mi existencia y me impedirán conocerlos personalmente. Si tuviera tiempo… «Buenas tardes —digo interrumpiendo su comida. Están todos sentados en torno a la mesa—, pasaba por aquí arriba y me he dicho…» Sus miradas muestran estupor, asombro. No, no sería lógico. Dejemos las cosas como están. Diviso muy próxima la pista de aterrizaje. De pronto el avión da una sacudida y remonta bruscamente el vuelo. Me siento inquieto. Una voz, la de la azafata, a través del altavoz, intenta tranquilizarnos. No ha sido nada. Algo en el tren de aterrizaje. Dentro de unos minutos lo intentaremos nuevamente. Tengo miedo. Es inútil que grite, o que chille: ¡Quiero salir! Hay que esperar, quieto, silencioso, sin ver ni pensar en nada. ¿habrá llegado mi hora? Es imposible, no puede ser. Estas cosas se leen en los periódicos, les ocurren a los demás… Pero ¿a mí? Ridículo. El avión describe un amplio círculo sobre el aeropuerto. El cielo es de un azul intenso, y allí abajo está la tierra. ¡Dios mío!, qué bello es vivir. Yo quiero vivir, a costa de lo que sea. Seré pobre, seré bueno, amaré a mi mujer, no la engañaré nunca más. Perdonaré, amaré a todos, también a Pedro, que me consta que me odia. Mañana mismo le abrazaré: «¡Hola, Pedro!», le diré. ¿Mañana? No, hoy mismo. Desde este mismo instante lo prometo, cuando el avión toque tierra habrá nacido un hombre nuevo. Gozaré de todos los pequeños instantes de felicidad. Contaré los minutos, los segundos y daré las gracias por vivir. ¿A quién? A Dios, naturalmente. Sí, existe Dios, tiene que existir. ¿He dudado alguna vez? Sí, es cierto. Pero ahora creo, creo, creo… A mis labios acuden en tropel y con dificultad algunas palabras que no logran hilvanar una oración completa… El avión ha tocado ya con sus ruedas la pista de aterrizaje y aminora la velocidad. ¡Viva!, grito. ¡Viva! Todos gritamos algo. Una señora gruesa me abraza. Algunos palmotean. Es un buen momento para besar a la azafata. La gran ocasión. Me enfundo el gabán. Estoy pletórico. ¿Dónde están los pilotos?, pregunto enérgicamente. Quiero una explicación, exijo una explicación. Me quejaré a la Compañía. No viajaré más en sus malditos aviones. Les romperé la cara a sus consejeros. Lo contaré a todos mis amigos. Con las vidas humanas no se juega. Imbéciles. Mañana formularé la oportuna reclamación. ¡Sin contemplaciones! ¡Caiga quien caiga!.
Alonso Ibarrola