Me gusta Chinchón. Tan cerca de Madrid y, sin embargo, parece que te encuentras a cientos de kilómetros, con sus casas bajas, blancas y ocres, llenas de soportales y balconadas de madera verde. Lo más bonito es la plaza mayor; sentarse en una de sus terrazas, pedir un chupito de limoncillo con unas pastas de anís, y contemplar un burro blanco, donde se suben los niños. Hasta hace unos años, por el mes de octubre, cerraban la plaza, montaban unos burladeros y espolvoreaban albero para celebrar un festival taurino.
En Chinchón han toreado Antonio Bienvenida, Antonio Ordóñez, Rafael de Paula, Julio Aparicio, Ortega Cano o Morante de la Puebla. ¡Casi ná! La gente se asomaba a los balcones verdes para ver los toros y era como retroceder en el tiempo, cuando las corridas se celebraban en las plazas mayores.
Por eso digo que Chinchón, a pesar de estar a 50 kilómetros de la moderna Madrid, se ha librado del paso de los años. Y ése es, para mi gusto, su mayor encanto (además de su olor a anís).