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Islandia (Mar Abad)

Los primeros astronautas iban a Islandia para preparar sus viajes a la Luna. Dicen que es el sitio de la Tierra que más se le parece. Podría ser… Aunque dudo que haya un lugar más bello que esa isla.

La naturaleza no tiene piedad en Islandia. Es excesiva. Siempre. En sus hielos, en su vegetación, en su aridez, en sus volcanes…

Aquel campo de lava estaba en el norte. Muy cerca del lago de olor a azufre y las tierras de colores violetas. El suelo era distinto a todo lo que normalmente sueles pisar. Duro pero amable. Negro pero interrumpido a menudo por piedras rojas.

La gente piensa que la lava está muerta pero no es verdad. Tiene una calidez y una fragilidad que la dotan de vida. A veces, entre los pliegues de aquella inmensa formación volcánica, salía humo. Era una prueba más. Vive.

Podía parecer incluso que el suelo te envolvía. Te cubría y te dejaba que lo utilizaras de escondite si atizaba el viento. Esto ocurría cada vez que la lava se había solidificado uno o dos metros más arriba de la lava donde estaban tus pies.

Es un lugar de caricias porque todos los movimientos han de ser con suavidad. Pasar tu mano rápido por alguna de sus rocas deja inevitablemente la marca de un arañazo. Pero si te movías con delicadeza, la acogida era igual.

Islandia es inevitable. O debería serlo. No iría a ningún otro lugar del mundo si no hubiese estado antes ahí. Y no lo digo por el síndrome turístico que nos hace creer que el lugar del que acabamos de llegar es el más interesante del planeta. Acabo de volver (fascinada) de Japón y Corea, y aun así, sigo en las mías: Está el mundo maravilloso y está Islandia.

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